Destacados e
innumerables son los logros conseguidos, ahora ya no discutidos, por las redes
de activistas que, a título personal o bien integrados en las plataformas
reivindicativas, han hecho de nuestra realidad más cercana un país mas decente.
Indiscutible es
también la valentía de quiénes pusieron cara a un drama social, el del escarnio
por ser diferente. Hace tiempo escribía en "La Opinión de Murcia" una
columna que os enlazo aquí. En ella me refería también a la población
LGTB por varias razones, pero sobre todo por ser la causante de que ahora, el
conjunto de la ciudadanía pueda reconocerse como plural.
Este camino no es
gratuito ni casual, se debe a actos concretos. A la primera manifestación en
Barcelona en 1978, a
sus raíces en los movimientos de derechos civiles en EEUU y a la generación de
espacios de libertad que en nuestro país se materializaron en lugares tales
como Chueca.
Estamos hablando
de iconos, tal cual, y está bien que así sea. Momentos y lugares que puedan ser
fácilmente identificados, que nos generen simpatía y en los cuales nos sintamos
cómodos. Ahora bien, ¿existe realmente la necesidad de mantener el activismo
LGTB como objeto de normalización? O dicho de otro modo ¿acabaremos con la
LGTB-fobia desde los movimientos sociales?
Si nos
circunscribimos de forma exclusiva a esas redes de las que hablamos, la
respuesta es clara: No. Es por ello por lo que todos los movimientos sociales,
a lo largo de la historia, han fraguado las alianzas estratégicas necesarias
para ampliar su campo de lucha y los frentes a los que, quién se dedicaba a
oprimir, tuviera que responder.
En el caso de los
derechos civiles en general, y los de la población LGTB en particular, el
movimiento asociativo supo buscar la complicidad de quiénes, por naturaleza,
estaba interesado en una lucha que es común, a las mujeres. Y digo a las
mujeres en su conjunto, no sólo a otro destacado e importante movimiento, el
feminista.
Desterrar la
LGTB-Fobia desde el asociacionismo que le es propio sólo se conseguirá si
continuamos en el trabajo de fraguar alianzas comunes, puesto que ningún
movimiento por sí solo puede remover los cimientos de una sociedad que, en
algunos aspectos, se encuentra anquilosada.
Lo mismo les pasó
a las mujeres, que echaron mano de los sindicatos. Y lo mismo hicieron los
sindicatos, que se apoyaron en la pequeña burguesía. Lo hicieron las minorías
raciales de mano de los católicos blancos que aborrecían la esclavitud… y así
hasta hoy.
Por finalizar,
las alianzas son necesarias, o por ser mas categóricos, indispensables. Y por tanto elemento
igualmente indiscutible para desterrar esa forma tan cruel de misoginia y
machismo detestable que es, por ejemplo, la homofobia, porque ¿Qué estarás tu
pensando, si al tratar de humillarme a mí, me das el trato despectivo que
utilizas contra las mujeres?
Años de trabajo
son el mejor baluarte para demostrar lo necesario que es el movimiento, el que
se demuestra andando, aquellos que defiendan lo contrario en nombre de la “integración
real” que piensen pues, que hubiera pasado si otros no nos hubiéramos partido
la cara para que ellos reclamen ahora “no ser parte de un gueto”.
Seamos serios e
identifiquemos que quiénes se sitúan en un gueto no somos los diferentes, sino
quiénes nos señalan como diferentes y acotan nuestros espacios, también geográficos,
de libertad.
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