La importancia del discurso reside en saber si realmente tienes discurso o si lo que has hecho delante de toda esa gente es tan solo un ejercicio teatral destinado a, una vez más, llevarte su confianza y salir corriendo. En ambos lados de esta cuerda hay ejemplos para todos los gustos, marcas o personas que sí tienen un discurso pero no saben cómo transmitirlo y actores profesionales a los que se les pilla enseguida. Por eso es tan importante la escenografía para unos y otros y en esa puesta de largo, hay que atender no sólo a lo que dice, sino también a lo que no ha dicho.
En las mejores historias que nos contaron en los cines, en los libros o en cualquiera de las leyendas de fantasía que escuchamos de pequeños, la diferencia entre la realidad y la ficción estaba o bien al principio de la historia o bien al final. Para ser más exactos, antes del comienzo y/o después del final.
Si trasladamos ésto al mundo de cualquiera que esté de cara al público (publicidad comercial o comunicación política) deberíamos considerar la historia que nos están contando como un marco fijo, como una "foto finish", en la que pretendan que centremos nuestra atención. De esa cobertura se encargan ciencias tan loables como la oratoria, la retórica y otras que tantas luces han dado a la historia del parlamentarismo o de la comunicación visual. Es lo que llamamos el discurso.
Pero las personas que trabajamos en el mundo de la comunicación de manera profesional preferimos otro término, uno que engloba, además de la imagen que nos están proyectando, al antes y al después de la escena de la que estamos siendo testigos privilegiados. Es lo que llamamos el relato.
Por eso, si quieres pillar a un embustero en el mundo de "lo público" tienes las herramientas necesarias para hacerlo, sólo te hará falta una dosis de paciencia. Para empezar comprueba qué es lo que antes de esa campaña o discurso han hecho, basta con investigar un poco en las redes o en las hemerotecas para ver si lo que te están contando ahora tiene concordancia con sus pasos anteriores. Ésta es la parte fácil porque tenemos la costumbre de guardarlo todo y si no es en la red, las bibliotecas están llenas de referencias comerciales y políticas de las que puedes hacer uso... y gratis.
Por ejemplo, una marca que jamás a tenido presencia en redes sociales y que de un día para otro se lanza a la conquista de todas las plataformas no tendrá una credibilidad sostenible en términos de transparencia comercial. Sobre todo porque esa práctica no suele ir acompañada de RSC (Responsabilidad Social Corporativa), balance de cuentas públicas o un código de suministros que atienda a las normas internacionales de comercio justo. En la parte política, un candidato que no haya dado palo al agua en su vida pero que en su ejercicio de "transparencia" publique en su agenda hasta las citas con el médico tendrá mas bien poco que ofrecerte. A groso modo, pero son casos que todos conocemos porque la actualidad nos los pone en bandeja con, creo yo, demasiada frecuencia.
La parte complicada es la del "después", es decir, si habiendo concordancia entre el antes y el ahora, podemos confiar en que cumplirán con lo que nos están ofreciendo, ya sea un "nuevo producto" o un "nuevo plan de parques y jardines". Ésto solo lo veremos con el tiempo, de ahí que os indicara tener paciencia.
Sin adelantarnos, podemos fijarnos en el ahora, o sea, en el discurso. En ese marco fijo o "foto finish" donde centrar nuestra atención. Porque un buen discurso tiene, sin duda, unos puntos esenciales que relataré en un próximo artículo, pero que podríamos resumir en tres: atención, duda y emoción.
Si quien quiera que sea que te esté hablando consigue captar tu atención, que pienses aunque sea por un instante en lo que te está contando y finalmente produce en ti alguna emoción (ya sea de aprobación o rechazo) habrá salido victorioso de la conversación que mantiene contigo.
La confianza, de lo que va todo esto, es un ejercicio personal e intransferible (como el DNI) y todos la basamos en parámetros que tienen que ver con nuestros recuerdos, nuestra intimidad y nuestras aspiraciones. Sobre todo en las dos últimas porque, habitualmente, son las más inmediatas. Lo que quiere decir que pecamos en demasía de poca memoria.
Así es que si quieres pillar a un embustero no pierdas el hilo del relato. De los discursos ya nos encargamos los que nos ganamos la vida escribiéndolos.
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