domingo, 14 de agosto de 2011

Una reflexión diabólica.

Hoy ha entrado en casa prensa escrita, insólito en la revolución tecnológica que vivimos en casa, pero resulta que mi hermano mayor se ha puesto nostálgico en la cola del pan y aprovechó la ocasión para financiar un par de multinacionales de esas que nos adjudican pensamientos a sabiendas que no son los nuestros... es decir, nos aleccionan.

Estas mismas empresas, en un acto de caridad, permiten que entre sus páginas se cuelen ciertos reportajes que nos acercan a la realidad mas cruda. Me he detenido en el relato de la tragedia que vive Somalia, esa parte del mundo que nosotros, grandes oligarcas del globo, parece que no sabemos ni donde está.

Desde 1991, y ya antes, se venía fraguando en el cuerno de África la última de las atrozidades que el ser humano ha permitido contra sí mismo. Una aparente plácida dictadura dió paso a una cruenta guera civil consentida y respaldada por las potencias mundiales.

Desde entonces, los muertos, desplazados y refugiados se cuentan por millones. Y nosotros, todopoderosos occidentales democratizados, no hemos sido capaces de frenar la sangría y la vergüenza. ¿Por qué? Simple y llanamente porque no nos ha dado la gana. Los que gobiernan (no necesariamente los políticos) se apoyan en la fragilidad del Estado del Bienestar y en el pago de nuestras hipotecas, colegios y llegar a fin de mes, para financiar desmadres de este tipo del que sacan innumerables réditos económicos. El tráfico ilegal de armas y todo tipo de recursos es más que evidente y está perfectamente documentado.

A partir de ahí caben en mi retorcida mente dos reflexiones, la primera de ellas es sentir vergüenza. Vergüenza por la cantidad de personas inocentes, madres y niños de temprana edad que pierden la vida mientras nosotros nos peleamos por 4 duros. La segunda es saber que más tarde o más temprano, tal y como avisada Jose Luis San Pedro, esto estallará por algún lado puesto que no estamos dispuestos a pararlo.

El primer palo fue el anuncio del cambio climático, los 90. A esto siguieron las revoluciones sociales, las guerras olvidadas, el saqeo económico de nuestras rentas y mientras el mundo se descompone Europa se convertía más en una burbuja infranqueable, malpensando que si cerrábamos la puerta la peste no podría contagiarnos.

Indignante la situación y de ella los indignados que ahora nos recuerdan que estamos a tiempo de pararlo y que de no hacerlo nos enfrentamos a lo que ya estamos viendo, pero en proporciones incalculables e incontrolables: que nos borremos del mapa.

No tengo escopetas a mano para liarme a tiros con la cantidad de impresentables que salen en la TV a dar lecciones de convivencia y moralidad, como con la cerda que acaba de ganar las primarias republicanas en Iowa. Ni tampoco una calculadora para demostrar con datos que, como ciudadanos, estamos poniendo una pasta gansa en la movilización de recursos dada la visita de Josefo 16 a Madrid en lugar de destinar todo esa energía a Somalia, pero si tengo algo, voz y voto.

Y mi voz y mi voto irán siempre destinados a aquellos compromisos con el bienestar de quiénes más lo necesitan, los que pasan hambre, los que huyen de la guerra, los que quieren vivir en paz e igualdad. Qué quieren que les diga... siempre fui un radical.