viernes, 20 de enero de 2012

Repensemos la cultura

El reciente ataque contra el acceso a la cultura que están orquestando y ejecutando Industrias Culturales y Gobiernos a la par, me hace reflexionar sobre la situación de la Era de la Información del siglo 21 y su capacidad para dar respuesta a las demandas de la ciudadanía global.

Partamos de lo más simple, la necesidad de consumir bienes culturales e informativos en cualquiera de sus formatos que tiene la ciudadanía en cualquier de sus capas sociales.

Sin duda estamos frente a un hecho irrebatible, precisamos de alimentar nuestra curiosidad ya sea a través del cine, la lectura, la música, la ciencia o cualquiera de las manifestaciones artísticas o científicas que nos hacen ser lo que somos, elementos de una sociedad multicultural, interrelacionada y llena de imaginación y ganas de aprender y asumir valores. Éstos son transmitidos en multitud de formatos y a través de multitud de canales.

La producción de estos bienes corresponde a la industria del ramo, y es justo que quiénes se dedican a su producción y distribución puedan someterse a las mismas normas de mercado que el resto de las actividades económicas. Y es en este punto, no en otro, dónde surge el debate, en las mismas normas para todos los actores del mercado.

En el adorado y denostado siglo 20, hubo que dar respuesta, por parte de los poderes públicos, a la necesidad de la ciudadanía de consumir en grandes cantidades las producciones artísticas y científicas, por lo que se creó la mayor red de conocimiento y acceso a la cultura que jamás el hombre y la mujer han tenido: Las bibliotecas.

Y con ellas nacieron, subsecuentemente, el resto de soluciones (hemerotecas, ludotecas, videotecas, etc) que la socialdemocracia, como garante del progreso y el bienestar, había de ofrecer a la totalidad de la población. Ahora, a no ser que nos las privaticen, tenemos a mano en casi todos los municipios de Europa una biblioteca, un punto de acceso a la cultura impagable por la función social que realizan.

Sin embargo, cuando esta solución fue puesta en marcha, la industria cultural y sus canales de difusión no contaban con las herramientas de protección que le son propias. Ahora sí las tiene, por lo que me resulta del todo deleznable que presionen y aboquen a los legisladores a perseguir a quiénes no se atengan a sus formas de consumo. Esto es, como decía más arriba, el romper con las normas de mercado, imponiendo modos de consumo.

Los poderes públicos han de proteger y defender aquellos bienes que realmente están en peligro y que son patrimonio común a todos, no las producciones particulares, por muy legítimas que sean y por mucha calidad que tengan en su proceso de elaboración. Así pues es la propia Industria quién debe, al amparo de la ley, pensarse a sí misma como realmente es: el instrumento a través del cual los demás podemos soñar con otras historias, otros escenarios e infinidad de formas de vida distintas.

La Industria no es víctima más que de sí misma y de su incapacidad de afrontar el reto de su permanencia y existencia en la Era de la Información del siglo 21. Es por ello por lo que debe abrir el campo lo suficiente para crear, como ya se hizo en otro momento, una plataforma universal capaz de lograr el acceso a sus producciones sin mayores restricciones que las que la tecnología impida. Ya hemos visto como ha sido capaz de hacerlo en otros campos como la moda, la construcción o la propia tecnología.

Cualquier otra solución, además de transitoria será inutil e hipócrita. Además estaremos consintiendo que se cometa el mayor de los crímines, el sesgar a las capas de población en función de su renta, limitar el acceso a la cultura a quién pueda pagarla y con ello, abocar a la incultura a inmensa mayoría de la población.

No seremos necios al pensar, que ésta, como todas las demás, es una forma más de usurpar nuestra capacidad de decisión, porque realmente es de lo que se trata, siempre fue más fácil engañar a los ignorantes.

jueves, 19 de enero de 2012

Fantasía de PSOE

Érase una vez un partido superdemocrático que se olvidó que hace la pila de años sacó millones de votos y más de 200 escaños en el parlamento. Lo ganaba todo, aunque presentara escobas en los carteles (que de hecho alguna presentó) pero pasaron los años y como todo en la vida se acabó, su buena suerte tornó y ahora se relamía las heridas en la oposición.

Ese partido superdemocrático se fijó en lo que decía la gente por la calle y dijo de volver, no a conectar con la gente, sino a ser el partido de la gente, motivo por el cual siempre había ganado antes.

Y entonces abrió sus locales a todo el mundo sin importar de dónde viniera, eliminó su estructura piramidal y convocó primarias en las que podía participar hasta el último de los vecinos del pueblo.

Ese partido se lanzó un congreso donde aprobaron un montón de colores para su bandera, una gran bandera repleta de sueños e ilusiones para llevar a su país a primera línea del bienestar y el progreso. El verde y el rojo, el azul y el rosa, el amarillo y el blanco se mezclaban con multitud de tonalidades que venían de todas partes y así, una vez más, tomaron el liderazgo.

Pusieron al frente a caras conocidas y nuevas que transmitían ilusión por el futuro, que con una sonrisa conseguía explicar el proyecto que entre todos habían ideado.

En ese partido superdemocrático ya no pesaban los territorios ni las sillas, no valía más que la honestidad y la humildad. Por lo que todos los votos y las opiniones eran iguales, abiertos, sinceros y recogiendo en todo momento el sentir de la ciudadanía.

Y lo hicieron porque ahora ya no serían más 110, eran millones, volvían a ser mayoría.