domingo, 26 de abril de 2015

Diez años de libertad

Todas las luchas sociales siguieron siempre el mismo camino. Primero conseguir atraer una mayoría social que propiciara un cambio político y tras él, un cambio parlamentario. 

Ésta era la sencilla, pero a la vez dificilísima tarea, que nos marcamos hace muchos años aquellas personas que nos llamábamos "activistas". 

Las y los activistas vivimos hace 10 y mas años con mucha ilusión y con mucha energía, porque era nuestra labor, nuestro compromiso con hacer un mundo mas justo, mas equitativo, mejor para las generaciones que venían detrás. Una alegría que íbamos expandiendo por las calles de una sociedad acostumbrada a vivir tranquila, sin demasiados sobresaltos, que no gustaba (y en general no gusta) de alteraciones que la sacaran del sofá.

Era nuestra principal tarea el convencer de manera personalizada a todas aquellas personas que nos encontrábamos en nuestro camino diario, ya fueran profesionales, sindicalistas, políticos, empresarios, funcionarios públicos, amas de casa...daba igual. Teníamos que ir a por todas, porque para nosotras y nosotros, los derechos eran todos o ninguno.

Manifestaciones, besadas, pancartas, gritos, congresos, recogidas de firmas, apostasías, reuniones, ruedas de prensa...habíamos usado todas las herramientas que la democracia nos había dado para enfilar una propuesta que nos equiparaba al resto de la ciudadanía, poder casarnos. Porque nuestras leyes solo consagraban una forma de convivencia, el matrimonio, y ahí es dónde debíamos llegar, a la posibilidad de casarnos.

El resultado de la votación en el Congreso de los Diputados retrató a cada uno, y el posterior "Recurso de la Vergüenza" también. Pero ya nada nos pudo parar. Ya éramos libres.

No sería justa mi memoria si no recordara, además de las alegrías, las grandes soledades que muchas y muchos vivimos aquellos años. Me recuerdo solo, muy solo. Me recuerdo como muchas y muchos activistas que tenían que lidiar a diario con el mismo discurso en casa, en el trabajo, incluso en los momentos de ocio, siempre respondiendo a las mismas preguntas, siempre defendiéndome de las mismas acusaciones.

Óscar, Mario, Alejandro, Xexu, Rafa, María, Yolanda, mis padres, mi hermano Manuel, fueron el pilar indispensable para que no me derribara. Es como si al final de todo, fuera a ellos a quiénes les debes la victoria y no a tus propios méritos, y me gusta sentirlo así. 

Hoy, diez años después de tantas lágrimas y de tantas sonrisas, quiero dar mi reconocimiento a todas y todos los activistas que estuvimos en las pequeñas ciudades y los pueblos dando tantas y tantas charlas y conferencias, expuestos sin ningún parapeto al escarnio y la burla, porque fueron, porque fuimos, los que construimos un país mejor, un país mas grande. 

Reivindico para el recuerdo colectivo a las pequeñas acciones que, de forma continuada, han labrado algo mucho mas reconocible para el gran público, la consecución de los derechos civiles y su aplicación a la ley.

A todas vosotras, a todos vosotros, anónimos con nombre y apellidos, diez años os llevo dando las gracias.