viernes, 2 de febrero de 2018

Expansión

Cuando leí la entrevista que le hacen al hipernominado Paul Anderson, tengo que reconocer que tarde unos momentos en la intencionalidad tanto de las preguntas como de las respuestas. Pero me detengo en el manoseado tema del doblaje.

Cualquier creación de la industria cultural requiere de la inmersión de diferentes profesionales que vienen de distintos campos. Centrados en el ámbito audiovisual y cinematográfico, encontramos diseñadores de varias disciplinas, montadores, editores, operadores, guionistas, actores y actrices, agentes y representantes, y así hasta el infinito.

Bueno es que una obra requiera tal cantidad de esfuerzos porque, habitualmente, la mezcolanza de disciplinas artísticas suele traernos productos de calidad al mercado. Aquí se nos abren dos temas de debate interesantes desde el punto de vista de la oportunidad y el desarrollo como sociedades modernas.

De un lado tenemos los espacios abiertos en un mercado, el cultural, que hasta no hace tanto tiempo estaba dominado de forma implacable por un puñado de compañías internacionales que programaban y databan qué teníamos que ver y en que formato habíamos de hacerlo. Eran, por tanto, obras invariables que no admitían prácticamente ningún tipo de variación.

Pero la evolución tecnológica ha puesto de manifiesto que cualquiera con un pocos medios puede crear y subir a la red su propia obra audiovisual. Y vamos hacia un panorama en el que los denominados "largometrajes" serán la excepción en este mundo de la cinematografía. Nos encontraremos mas bien en un sector en el que los microvideos sean los que capten la atención de los usuarios del audiovisual, esto ya está pasando de manera exponencial desde la aparición del video-clip. Ahora con los formatos "docu" y "corto" , hasta hace una década tan denostados por la propia insdustria, tenemos al alcance realidades o ficciones en nuestra propia casa o terminales móviles, y además a la carta.

¿Por qué vivir una ilusión de cualquier temática en una película de casi 2 horas (de una gran productora de Hollywood) cuando puedes obtener esa sensación en un video musical o en un canal de youtuber (que lo haces tu mismo)? o en la misma línea... ¿por qué abrir un libro de historia (de una poderosa editaorial) si puedes viajar a esa misma época a través de un videojuego (de un pequeño estudio de España)? Estamos pues en la inmediatez de las sensaciones, no por la equivocada teoría de que nos gusta la inmediatez, sino por la acertada opción de acceder democráticamente a mayor número de contenidos.

Es ahí donde enlazamos con la segunda parte, la expansión cultural a través de plataformas útiles a la sociedad, en la que las fórmulas de micropagos masivos hacen posible el sostenimiento de la industria cultural, obligada a repensarse para seguir existiendo en todas sus dimensiones.

Sin embargo, y hablando de historia, hay una cuestión que no ha sido salvada en ninguno de los ciclos de reconversión de las industrias, tampoco de la cultural, en la que Paul Anderson y los que piensan como él, no han reparado, la identidad cultural.

Este concepto está basado fundamentalmente en el idioma propio de cada región y es esencial para mantener la idiosincrasia que hemos de proteger para, precisamente, hacer posible que las mezcolanzas que hacen avanzar a la industria cultural y por ende a nuestras sociedades, se sigan dando.

La protección del idioma ha de darse desde el ámbito de las políticas públicas, pero el mercado de la industria cultural ha de realizar su propio camino pensando en el idioma como una tecnología más que ha de usar para perpetuar su expansión. De ahí que las películas (y las creaciones audiovisuales) sean dobladas o subtituladas. Vaya por delante que defiendo a ultranza el doblaje frente a quiénes piensan que es algo parecido a mancillar la espiritualidad del autor de la obra. STOP DRAMAS.

Me paro en dos hechos que para todos pueden resultarnos evidencias. Empezando por la mas obvia, todavía no he conocido a nadie que en una película subtitulada no descentre su mirada de la pantalla y en consecuencia de la obra completa y la interpretación, para leer. Si eso no rasga la obra expuesta que baje Dios y lo vea.

La segunda viene por una imposición inaceptable. La de pretender que todo el mundo tiene que saber el idioma original del autor de la obra, como si no fuera posible con un buen doblaje transmitir la interpretación de los actores y actrices o la de una voz en off. Mas allá, se trata de un ejercicio impresentable de asimilación cultural propia de otros tiempos y de una desgana impropia de la industria cultural nacida de la pereza, la misma pereza que me produce a mi alguien que quiere contarme cualquier cosa sin esforzarse para que yo lo entienda.

Aprender idiomas es bueno, expande la mente y te ayuda a comprender nuevos escenarios. Pero depende de cada uno aprender los idiomas que cada cual quiera, avistando los intereses particulares y privados que de ninguna forma deberían ser manipulados por ningún agente económico, como por ejemplo la industria cultural.

Por fortuna contamos en nuestro país (y por extensión todo el mercado latinoamericano) con escuelas de doblaje de primera línea que nos salvan de la insufrible torticolis y del pausado-play de las películas que queremos disfrutar solos o en compañía de nuestros allegados. Eso no nos lo quita ni uno de los grandes del cine, como Paul Anderson.

Cuando queráis copa y cigarro en los bares para profundizar en el tema. Besos.

Aquí la entrevista completa: 

http://www.elmundo.es/papel/cultura/2018/01/30/5a6f606f268e3e514c8b45bd.html