viernes, 16 de noviembre de 2018

La tierra te dió los pies... Juan Montoya los zapatos.

Todos conocéis mi pasión por Iberoamérica. Siempre ha sido así porque siempre he pensado que es el lugar del mundo donde todo está siempre en ebullición, donde siempre se puede soñar porque siempre está todo por hacer.

En ese poliuniverso que conforman todos los países, razas y culturas que se entrelazan en Iberoamérica, caminas poco a poco para poder observar todos los diamantes que te encuentras en el camino. La constante dinámica que se vive desde Tierra de Fuego hasta el mundo latino de USA, tiene lugares clave donde debemos detener nuestra mirada, uno de ellos es Colombia.

La especial situación del país del café, las flores y el acento paisa, entre los andes, la selva, el Pacífico y el caribe, es uno de las más interesantes a cuanto a expresión artística se refiere. Hace bastante que la bailaora flamenca Cristina Hoyos sentenció en una entrevista que las artes conversan entre sí, y eso es precisamente lo que hace Juan Montoya con el calzado.

En un ejercicio de inspiración máxima ha conseguido que confluyan el diseño de vanguardia con el estilo propio colombiano, a lo que podemos sumar calidad en los materiales y comodidad en el uso, este último detalle, sin duda, de lo más apreciado por los consumidores.

En el proceso de producción de cada par de calzado se dan cita la música del grupo francés Paradis, una lluvia infinita de colores y los mejores programas de diseño. El resultado es una personalidad valiente, un producto no apto para personas que se rindieron a la rutina, sólo para quienes salen a comerse el mundo.

Os aconsejo, por tanto, que os deis una vuelta por sus redes, Canal de Juan Montoya en Youtube   y también en Instagram  . Una vez allí, si os pica la curiosidad, contactarle... siempre responde. Lo hace desde su taller en la ciudad de Medellín, cuna de Botero, amor de Gabriel García Márquez, epicentro de todo lo nuevo que hay en el continente y recientemente declarada por la UNESCO como centro de aprendizaje cultural.

Y puesto que de viajes estamos hablando, os comento una confidencia sobre esta promesa del arte:  Juan Montoya tiene su pequeño nexo de unión también con mi tierra, la Región de Murcia. Él es sin duda el fan número uno en Colombia de la polifacética influencer, modelo y DJ murciana Sita Abellán.

El Nuevo Mundo, la gastronomía antioqueña, un hombre guapo, el país de los colores, mi debilidad con los zapatos.... mira que al final me tendré que mudar.

martes, 13 de noviembre de 2018

Lo mío con el inglés

Nunca me gustó... he de admitirlo.

El inglés siempre me sonó lejano y frío, sin ningún tipo de atractivo o de musicalidad relacionada con aquello que me rodeaba en mi infancia o adolescencia. Pero había que aprenderlo en la escuela, en el instituto... o llegados a la edad adulta, para poder trabajar.

Antes de eso, cuando me zambullí en los referentes culturales del momento (finales de los 80, principios de los 90) encontré mi primera horma del zapato... Annie Lennox, y me atrapó.

Fue entonces cuando a partir de 4 palabras sueltas que sabía del idioma mis padres me apuntaron a las famosas "clases particulares" y empecé a traducir las canciones de la diva británica. Y entonces me gustaron más. Fue ella, gracias a ella, que comencé a descubrir otro idioma y a quitarme de encima la indiferencia que me producía... y de ahí me fui a Extreme, Aretha Franklin o los Bee Gees.

Quiero decir pues, que no fue el sistema educativo el que consiguió despertar mi interés por el inglés, como tampoco lo hizo por casi ninguna de las materias que teníamos en las clases. Lo cierto es que, salvando honrosas excepciones, a mi me tocaron los maestros y profesores con el culo más gordo del universo educativo, gente que iba a cobrar a fin de mes y con cero vocación de docente.

Lo mío con el inglés se había convertido entonces en una relación de amor-odio. Necesitaba aprenderlo para poder cantarlo en plan "desatada" cuando mis padres no estaban en casa... ya sabéis, cuando un bolígrafo se convierte en un micrófono y cualquier trapo es el atuendo perfecto para tu actuación estelar.

Luego te metían por lo ojos lo de aprenderlo porque si no "no ibas a ninguna parte", algunos de mis amigos se iban en verano a campamentos de verano en UK, ellos que podían, y volvían diciendo cosas como "By the way" y chorradas varias por las cuales les cayeron las correspondientes collejas.

Pero sí, se hizo importante lo de saber inglés. También en el mercado laboral, pero ya os digo que he tratado de esquivarlo siempre que he podido. Y al fin descubrí la verdadera razón de mi desdén para con aprenderlo... no era el idioma en sí, era toda la atmósfera rancia que lo rodeaba. Un aire de superioridad de quiénes sí lo hablaban con respecto a los que no... sí, esa élite que en otras épocas te hubieran mirado mal por no llevar abrigo de pieles (el tuyo era polipiel), o por no tener el último modelo de Mercedes-Benz (mi padre tenía un taxi que era un Seat), o porque no veraneabas en Campoamor (Islas Menores forever), ahora lo hacía por el tema del inglés... curiosamente, la misma gentuza.

Cuando mejor me llevé con mi nuevo idioma fue cuando me tocaba atender a los escoceses que se ponían tibios a cervezas en los bares que curraba en verano... eso sí que es aprender. Siempre he mantenido la teoría, que alguna vez será comprobada científicamente, de que los escoceses son los murcianicos del mundo anglosajón. No los pierdas de vista.

El inglés se hizo necesario pero no imprescindible y me gustó aprenderlo por empatía y no por obligación... es como creo que hay que hacer todo lo que enriquece tu vida. Conclusión, que sí, que hablo inglés... cuando me da la gana y es estrictamente necesario.   

Hagan ustedes lo propio, les dejará buen sabor.