jueves, 3 de marzo de 2016

La indolencia de PODEMOS.

La dejadez insultante de la socialdemocracia ante los problemas reales de la ciudadanía ha tenido, como hemos visto en los últimos años, el resultado de fractura política del espectro parlamentario de nuestro Estado. Esto, mas allá de la oportunista lectura de algunos, es un hecho objetivo y fácilmente constatable.

La falta de valentía, la misma que reclamaban dirigentes del activismo social como Pedro Zerolo, dió alas a un fenómeno en forma de nuevas formaciones, que no tienen retorno y que debemos, todos los que creemos en la democracia, dar la bienvenida.

Haciendo memoria y sin recrearme en este aspecto, porque también es un hecho objetivo, cabe recordar que a la militancia del PSOE nunca se la instruyó para enfrentar políticamente a quiénes durante mucho tiempo fueron sus compañeros de batalla. Ellos son los activistas sociales sin carnet de partido, quiénes desde el asociacionismo vertebrador, convertido en mareas de solidaridad, lucharon codo con codo con la militancia de todas las izquierdas y ahora, dado el escenario que antes relataba, escogieron una fuerza política que consideraron solvente y no fue el PSOE.

A nivel de estrategia política es un error cuyas proporciones históricas aún están por descubrir, pero que estamos ya adivinando y luego contaré por qué. Pero en el estricto nivel sentimental, como militante social y político de la izquierda, no podré (ni nadie en la misma situación) considerar adversarios políticos a quiénes con quien he compartido "trinchera". No lo hice nunca antes, ahora tampoco es diferente.

Ahora bien, si nos consideramos demócratas, hay que admitir también que las responsabilidades políticas de una formación se terminan de pagar en las urnas. Y a partir de ahí, asumir las nuevas tareas que la ciudadanía te ha encomendado. Este y no otro es el punto en el cual PODEMOS, como formación política, está ejerciendo el egoísmo partidista que, desde el mas peyorativo de sus significados, solo puedo considerar como indolente.

Además de su necesidad de situarse como estructura de poder, final primordial de cualquier formación política, PODEMOS basa su importancia numérica en la supremacía del discurso del "derecho a decidir" en Cataluña. Sin eso, su relevancia parlamentaria sería aritméticamente testimonial. Es pues, rehén de uno solo de sus postulados, la existencia de la posibilidad de que una parte del Estado pueda en futuro obtener la independencia.

Y es ahí dónde no puedo, porque no creo, empatizar con la dirigencia de esta formación. No por la legitimidad o no de una cuestión de encaje territorial (huelga decir que alguien que se considere de izquierdas no cree en la construcción de fronteras, ni en la posibilidad de crearlas, sino en derribarlas todas), sino porque no es ya la ideología lo que rige el rumbo de la propia formación a nivel estatal. El resto de sus prioridades, muchas de ellas compartidas con el PSOE, están subordinadas a la primera, y así es como lo hemos comprobado en la sesión de investidura y los días anteriores (lean cualquier medio de comunicación y repasen el discurso de los portavoces de PODEMOS, paso de enlazar).

Así es imposible el acuerdo. Primero porque se basa el discurso en la construcción de una mentira, repetida hasta el hartazgo con intención de que se convierta en verdad. Esa mentira es que Cataluña es en sí misma, un hecho de construcción nacional. No lo es, ni lo ha sido nunca a lo largo de la historia. Cuestión distinta, es que parte de la clase dirigente actual de ese territorio quieran ahora, en base a criterios diferentes tales como el reparto del PIB, inversión en infraestructuras por parte de la AGE, o similares, comenzar ese proceso. Todas ellas legítimas, pero que adolecen de falta de solidaridad.

Si la mera posibilidad, o el hecho en sí, de que Cataluña se convierte en una nación independiente, y en el transcurso del debate y por tanto de la formación de Gobierno, depende que yo no pueda obtener mi beca de máster (imposible de obtener con la legislación del PP) o que la pensión de mis padres se revalorice (imposible con la legislación del PP) o que el puesto de trabajo de mi hermano se vea consolidado (imposible con la legislación del PP), es una indolencia.

La indolencia, traducida al egoísmo mas pueril y a la falta de visión de estadismo, causa que los pobres mortales, ajenos a levantar murallas, no podamos ni queramos compartir el discurso de acoso a la posible formación de un gobierno que empiece, sea en el nivel que sea, a levantar las alfombras y comenzar la regeneración que el Estado necesita.

Queda poco tiempo, pero aún es posible la altura de miras. Y a esto, como militante de la izquierda social y política, es a lo que me aferro. Si no hay principio del camino, no será posible ninguna de las aspiraciones de ninguna de las partes, tampoco de las mías, tampoco de las suyas. Si al elevar el tono, alguien dijera de manera torticera, que las aspiraciones independentistas están al mismo nivel y son igual de legítimas que mis aspiraciones personales, diré entonces sin lugar a dudas, que entre su egoísmo y el mío, a la hora de elegir, no le quepa duda que me quedaré con el mío.

Este es el gran error de PODEMOS que espero se cobren las urnas. El acierto del PSOE (si lo quiere aprovechar), estará, en darse cuenta de que, a la mayoría de la ciudadanía de todos los ámbitos y todos los territorios, le pasa exactamente lo mismo.