viernes, 31 de mayo de 2013

Una masacre premeditada

Son nuestras madres, nuestras compañeras y confidentes, nuestras amigas, todas ellas son las que han transformado tantas veces nuestro presente para asegurarnos un futuro mejor. Son ellas, las mujeres, las mejores aliadas para disfrutar de la vida.

Llevamos ya demasiados días en un escandaloso silencio, demasiadas horas dejando pasar la obligación colectiva, ahora sí, de resolver una cuestión de Estado. Somos, todos, responsables de un sinsentido que todos los días causa víctimas y heridas difícilmente reparables.

Desde el conocimiento propio y cercano de lo que significa la anulación completa de la personalidad y la vida de un ser querido, no podía dejar de escribir, al menos un momento, mi incondicional apoyo a las que siempre han sido la garantía de un mundo mejor.

Porque una sociedad que deja morir a los débiles se convierte en una sociedad abocada al fracaso. Somos pues, una sociedad fracasada por no poner ya, ahora, en marcha el único mecanismo capaz de frenar una masacre premeditada fruto del odio irracional y sistémico, que aboca a tantas y tantas mujeres a un funesto final.

En los últimos días hemos asistido a un verdadero desfile de ataúdes. Todos estaban llenos de ilusiones, de esperanzas, de sonrisas, pero también de miedos y de lágrimas. Todas las emociones y sentimientos que no fuimos capaz de detectar a tiempo y que, por nuestra culpa, terminaron enterradas.

Fuimos capaces de habilitar leyes y medios para luchar contra una lacra social que ataca a lo más esencial de nuestra identidad como pueblo, como cultura y como sociedad: la libertad. La libertad de las mujeres a elegir su propio camino, su felicidad. Una felicidad que en momentos como éstos, depende de forma inexorable de quién tiene que protegerla, todos nosotros, todos los que ahora leen estas líneas o muchas otras que se han escrito para defenderlas, a ellas, a las mujeres.

Aislar a los maltratadores, enjuiciarlos y condenarlos, es ahora la máxima prioridad para quiénes están de parte de la vida, sin olvidarnos del imprescindible apoyo que requieren aquellas que sufren el desgarro de ver sus vidas truncadas. Estamos a tiempo, está en nuestras manos.

Reclamo la valentía del sí se puede y la gallardía de plantar cara a la violencia con la fuerza de la solidaridad. Demando de las administraciones públicas y de las entidades privadas la voluntad y solvencia para que los recursos sean suficientes. Y exijo a mis compañeros, a los hombres, a todos ellos, que codo con codo, no permitan ni un golpe, ni un grito, ni un silencio más, ninguno más. Ni una más.

En el camino de la lucha por defender la vida de mis compañeras me encontraréis, ahí es, no en otra parte, dónde os estoy esperando.

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