jueves, 18 de abril de 2013

La libertad como identidad

Una de las peores herencias que nos pudo dejar la cultura semita es el sentimiento del culpa ligado a la sensación de pertenencia a un grupo o comunidad. Un rastro asociativo que nada tiene que ver con la idiosincrasia humana, mas aún cuando no la vemos en otras culturas, igualmente milenarias, que pueblan nuestra adorada Tierra.

Así pues, por efecto comparativo, casi por conveniencia, hemos de saber desligarnos del grupo o comunidad a la que creemos pertenecer o de hecho pertenecemos, si es la colectividad la que utiliza el sentimiento de culpa para anular nuestra individualidad, ya que es esta característica y no otra, la individualidad, la que nos proporciona las capacidades esenciales para ser parte de la sociedad, y no al revés, como defienden los teóricos del cristianismo, por poner un ejemplo evidente.

El saberse individuo y reconocerse como tal es, ahora, una de las mayores riquezas que podemos tener como unidades de un todo. Parecerse a ese todo, "la sociedad", ha de ser una elección voluntaria, diaria y continua. Es decir, cuantas más capacidades tengamos más libres seremos de parecernos o no al todo social, y por supuesto, cuantas más de esas capacidades sean propias, mejor para desatar nudos impropios del ser humano.

De otro modo, estaríamos en un plano de capacidades, enseñanzas o lecciones endogámicas, que terminarían por sobresaturarse en una monotonía estática, como ya sucede en ciertos grupos decididos a autoimponerse un aislamiento prácticamente total, casi siempre derivado de tonos religiosos.

Es, por tanto, imprescindible para la formación humana, la libertad total para entrar y salir cuando así lo desee, de los grupos y sociedades de los que por decisión propia forma parte (amigos, familia, clubes, deportes o aficiones), al mismo tiempo que las restricciones también de ser propias.

Cuando sucede al contrario, es decir, cuando las restricciones y libertades vienen de fuera, creamos individuos y grupos de individuos coartados en su libertad, su ingenio y en último término, sesgados de la consecución de felicidad, cenit de la identidad humana que ninguna cultura ha desmitificado ni eliminado de su patrón de comportamientos.

Para terminar, si entendemos la libertad como un vehículo hacia la felicidad, como una fuerza motriz, hemos también de establecer caminos de dirección para la misma, saber dirigirla. Es bueno saber que hacerlo hacia nuestros semejantes es una magnifica opción, porque se sentirán identificados en el mismo sentimiento, y por tanto la libertad será, además de fuerza motriz, puente de entendimiento entre individuos y grupos.

Igualmente sano será saber, que no es la única opción. Que el ejercicio de la libertad para la obtención de capacidades propias será, a largo plazo, una seña de identidad que reforzará el individualismo y por tanto, la esencia misma del ser humano y la imposibilidad de ningún otro individuo o grupo de individuos a someterlo de forma permanente.

Queda claro que es el sentimiento de culpa no es mas que un retorcido chantaje a las emociones de dependencia, de coacción a las libertades, que solo es capaz de ser ejercido por una mente débil que no puede aspirar a ningún sentimiento elevado, mas que a la sumisión de los semejantes. Una opción que hemos siempre de rechazar, por ser impropia de la formación de ciudadanía que dará, finalmente, mejores individuos que formarán mejores sociedades.

No hay comentarios: