sábado, 2 de febrero de 2013

Vivo bien en Santiago

Miles son los ojos que miran a los mandatarios de todo el mundo, a veces con impaciencia, a veces con furia y casi siempre con una lejana esperanza. Esperanza en que alguna vez cumplan todo lo que prometieron. Si damos un repaso a diversos países podremos comprobar como, independientemente de donde nos encontremos y con quién hablamos, esa sensación no varía en lo básico cuando es con jóvenes con quién hablamos.

Hay una generación llamada a dirigir este mundo el día de mañana, están esperando su momento. Mientras,  se preparan y se forman, para ello tienen medios precarios. Son una generación olvidada por los que ahora mandatan ese mundo que ellos aspiran a cambiar, sólo es cuestión de tiempo.

Farhad es iraní y estudiante de Relaciones Internacionales. Ha pasado por varias universidades europeas y si bien por carácter tiene la seguridad de que encontrará un empleo acorde con sus expectativas económicas admite que sus temores son otros bien distintos. Como a todos sus compatriotas le asusta sobremanera un posible enfrentamiento bélico entre su país y Estados Unidos e Israel, "algo impensable si los presidentes de los 3 países fueran otros, porque el pueblo no quiere la guerra, son los líderes y sus amigos". Cuando Farhad habla con Hayden, un compañero de estudios británico de casi su misma edad, sueñan con ser los embajadores de sus respectivos países en la tierra del otro y se dicen: "Cuando hablan dos amigos todo se puede solucionar" 

Se siente traicionado por las esperanzas de un nuevo mundo que prometieron los gobernantes de su país cuando él era un adolescente, al igual que Kako, chileno y estudiante de Derecho que ha pasado de votar por la izquierda de la Concertación en sus primeros sufragios a apoyar a Piñera en las últimas elecciones generales. Los motivos parecen pesar como el plomo, pese a que él no es ni religioso ni tiene relación alguna con los sectores de la derecha chilena, internacionalmente conocida por su apoyo a oscuros pasados. "La Concertación avanzaba casi nada y hubo mucha corrupción". Otro sueño que se va a pique por no tener al frente de un proyecto a líderes competentes y pese a todo, el sigue mirando con esperanza al futuro porque "hay que seguir". Ahora vive en Santiago capital, "recien encontré un departamento", algo nada fácil porque al parecer los efectos de la crisis mundial ya llegan al país andino.

Es el miedo a que la clase dirigente no responda lo que llevó a Didier, un joven funcionario francés, a votar por Melenchon en lugar de hacerlo por Hollande. El voto a la izquierda más radical que el socialismo galo, se interpreta allí como una señal de advertencia a los correligionarios del nuevo presidente del país vecino. Como si quisieran recordarle al Elíseo que si bien tiene las manos libres para cumplir con su programa de gobierno (ahora los socialistas tienen el mando de casi toda Francia), no pueden olvidar que es el pueblo quién les puso allí y en las próximas lo pueden mandar a casa. "No es valiente, pero es honrado" habla Didier para referirse a Hollande. Quizás podamos explicarnos ahora la intervención en Malí como un golpe de autoridad que, desde la oposición, no podía ejercer aunque el conflicto del país africano ya se estuviera fraguando desde bien antes de las elecciones que desalojaron a Sarkozy y al neoliberalismo de la UMP de la presidencia francesa.  

La de Didier, pidiendo el voto para la izquierda es una muestra de compromiso ciudadano, aunque no tan directa como la de Enrico, joven primer secretario del Partido Democrático en una ciudad del norte de Italia. Este joven del véneto piensa que "actuar es importante y tenemos que mejorar la vida de los ciudadanos" y no se arruga cuando piensa en la extraordinaria vergüenza en que se ha convertido la política italiana desde que desapareciese la Democracia Cristiana, una fuerza política tradicional pero que actuaba como remanso para todo el espectro político del país. Algo que quizá explique la aparición de movimientos ciudadanos no profesionales de la política que han tenido un lance victorioso en las elecciones regionales y locales, como el M5E, competidores directos del centro-izquierda.

Otros no están ni cerca de las urnas, no se las creen, quizá porque su situación está alejada de lo que deciden esas cajas llenas de sueños. Es el caso de Raquel, una joven angolana que trabaja en una tienda de deportes en el viejo continente. Viajó hace dos años a África para conocer a la mayor parte su familia y volvió espantada, fuera de los centros de población todo es miseria, precario y cuando no obsoleto. Sintió vergüenza por como los europeos nos hemos portado con quiénes nos han suministrado las materias primas que han levantado el occidente dónde vivimos cómodamente. 

Ahora reside en Portugal, un país que no pasa por sus mejores momentos desde que su parlamento se vendiera a las exigencias del FMI. Es también la tierra de Patricia, empleada de una franquicia de cosméticos y cuyo más que recortado salario ha de servir para mantener su casa, coche y ayudar a su madre que cobra una pensión de 300 euros, es decir, llegar a fin de mes se convierte en una odisea que ha generado lo que ellos llaman "economía paralela" que ya supone según algunos estudios casi la mitad del PIB nacional luso. Hablamos de todo el dinero no declarado, sin factura, sin IVA, favores personales que ayudan a mitigar la maltrecha vida de nuestros queridos vecinos. Como muestra un botón, paseando por las calles de una ciudad portuguesa se puede comprobar como un cartel del escaparate anuncia que las cocinas que se fabrican en el interior pueden ser financiadas a 5, 7 o 10 años.

Al igual que ellas Ulrich, bávaro, que tampoco confía ni mucho ni poco en los dirigentes políticos y como todos los alemanes es comedido, también a la hora de analizar la situación política y económica internacional de la que su país es responsable directo. Su comentario se queda en "a nosotros tampoco nos gusta", refiriéndose a la canciller Merkel, tal vez adelantado el resultado de las elecciones de finales de este año, que ya han ido vaticinando los resultados de las regionales en las que la CDU ha perdido uno tras otro todos los "lander" dónde gobernaba.

Nada que ver con la visión de Klaus, un joven letón militante de movimientos sociales, que en el momento de la redacción de este artículo estaba en plena campaña para frenar la entrada del Euro en su país. Cuando se le pregunta, él mismo se define como "muy crítico", algo que visto su trayectoria de activista traduciremos como muy combatiente, incluso valiente si tenemos en cuenta que su joven república ha estado subyugada la mayor parte de su vida a intereses externos. Ahora son muchos los que piensan que desprenderse de la moneda nacional solo traerá problemas y no soluciones, para ello, exponen lo sucedido en el resto de países de la zona euro, como el redondeo o algo que toca más la fibra sensible nacional, la pérdida de la independencia que tanto tuvieron que luchar frente a los soviéticos.

A medio camino entre el desencanto y la esperanza anda Rafael, que cumple con este requisito de los tópicos argentinos, la melancolía. Rafael, periodista, militó con entusiasmo en el partido socialista sin captar que las opciones políticas eran bastante limitadas. Básicamente se basan en peronistas y contraperonistas y fuera de ese ámbito se cae en el ostracismo. Sería eso lo que le llevó a abandonar la política activa y centrarse en la acción local, el convivir y ayudar a sus vecinos de Tucumán, al norte del país.

En este camino no hay descanso para ninguno de ellos, tampoco para José, el último de los protagonistas de este artículo, que acaba de conseguir su plaza de profesor en un instituto público en Ecuador. Apoyó a Correa y ahora duda en volver a hacerlo por los escándalos familiares del mandatario andino. Todas las encuestas indican que ganará con holgura el mes que viene, de ahí la relajación de sus bases tradicionales, como la incipiente clase media, crecida a la sombra del actual presidente. 

Y todos tienen algo en común, que no les han robado la ilusión ni la dignidad, y otra más. Esperan pacientemente su momento, mientras construyen su propia alternativa de forma lenta, tranquila y meditada.

Religiones diferentes, países distintos, culturas antagónicas y sin embargo, conversando con jóvenes de medio mundo podemos encontrar muchas más coincidencias que si tratamos las mismas cuestiones con la generación inmediatamente superior. Desde hace tiempo son muchos los que sostienen que la clase dirigente actual (que engloba a las grandes compañías, banca, dirigentes políticos y grupos de presión corporativos), ha dimitido de sus funciones.

Se ha llamado "generación perdida" a esa franja de nacidos en los 80, son los que en este momento, y por primera vez en casi cien años, viven peor que sus padres. Es un hecho real que los que ahora mismo superan los 25 y no han rozado los 40 años no tienen una ubicación real en la sociedad, es decir, no forman parte del sistema en el significado clásico de la expresión.

Y son ellos los que más están apostando por ese cambio del sistema, son los creadores de las plataformas ciudadanas y de todo el "altermundo" al que ahora vemos tomando forma. Es de esta generación de dónde parten experiencias como las redes sociales en internet, las monedas alternativas sin curso legal, los nuevos partidos políticos y la organización de todas las grandes movilizaciones de este principio de siglo.

Estamos en esa fase, en la que una maraña de personas de toda índole social construyen otra forma de vivir, la que la generación de dirigentes de su tiempo le vendió, no  otra. Recordemos que fue precisamente a finales de los 70 y en todos los 80 cuando se prometió a lo largo y ancho del globo cuestiones tales como respeto al medio ambiente, justicia social, salarios dignos, respeto a la diversidad religiosa o libertad de expresión y movimiento.

Son esas y no otras, las aspiraciones que tratan de escudriñar la mayor parte de reputados periodistas, brillantes analistas y destacados dirigentes cuando hablan del deber de "escuchar a la calle". Ellos ya saben cual es el mensaje, porque fueron ellos mismos los que lo lanzaron hace algo más de 2 décadas. Aunque ahora sepamos por su evidente falta de reacción que lo hicieron por asegurarse un futuro placentero sin importarles lo que sucedería después.

Podemos echar un vistazo a cualquiera de los personajes destacados del momento. Comprobaremos con pasmosa facilidad que a ninguno le falta un chalet, un barco o un más que próspero negocio, y todos ellos continúan ahora en la vida pública de uno u otro modo. Hicieron bien sus cuentas. Hasta ahí bien, hay que ganarse el pan, pero ¿qué hay del compromiso de servicio público y de la mejora de las condiciones de vida que soltaron al aire?,¿dónde está esa generación que llenó plazas con sus mítines o vendió miles de libros cantando a la libertad?. Nadie los ve en el espacio público, esa generación está perdida.

Así pues deberíamos reformular el significado último de la expresión "generación perdida" para dejar de referirnos con ella a la franja de población de la que antes hablaba, para pasar a denominar con ella a todos aquellos que juraron cambiar el mundo y ahora constatamos que cambiaron de saldo en la cuenta corriente.

(El artículo se ha construído a partir de las conversaciones mantenidas con los jóvenes citados. Por no tratarse de un artículo científico se han omitido los datos personales de cada uno de ellos.)

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