jueves, 24 de enero de 2013

Millones de ellos

Llegados los 34 años he cumplido con las perspectivas, planes y designios de la derecha española. No he podido librarme del poderoso ejercicio de los mercados, ni de los gobiernos vendidos a los mercados.

Que conste que lo he intentado, sé que muchas de mis amistades confiaban en que resistiría el envite, porque vislumbraban en mí algún tipo de fortaleza galáctica capaz de vencer, cuando no esquivar, la fortaleza que te roban los recortes, quedarme sin beca, pagar más por el bus, abonar los medicamentos, morirme en la lista de espera del médico, no llorar al ver las colas en comedores sociales o dejar de creer en una democracia cada vez más corrupta, más podrida y más lejana en la que ni yo, ni la mayoría de mis vecinos, nos reconocemos.

Estoy mas calvo, mas gordo y soy mas feo que cuando comencé a luchar por un mundo mejor, allá en la adolescencia rebelde en la que todo tiene que cambiar para ser mejor. Incluso tengo menos dinero, entonces mis padres me daban paga, ahora no tengo ni el paro ni derecho a un subsidio.

Antes podía moverme con libertad, ahora si me manifiesto en contra de algo corro el riesgo de que me maten a palos o en el mejor de los casos, que me multen. Al parecer, alguien decidió que, en mi madurez todo debía ser mucho más difícil, porque entendería menos el mundo que cuando quería cambiarlo, allá, en la lejana adolescencia.

De aquellos tiempos se fueron los que estaban de paso y algunos de los que vinieron a quedarse, irremediablemente tenían que hacerlo, algunos incluso por decisión propia, a otros fui yo quién les dio puerta. Ajenos y propios, todos han hecho un poquito de lo que ahora soy.

He cumplido pues con lo que se esperaba de mí. Un obrero, hijo de obreros, que a mediana edad no ha llegado mas que a niveles medios y que, con suerte para todos ellos, no llegará mucho más allá por muchos brotes verdes que nos encontremos en el camino.

Solo que, olvidaron una cosa. La anulación histórica del adversario se significaba por su defunción y yo, por el contrario, sigo estando vivo. Retuve de las lecciones de mis padres que mientras esa sea la realidad, puedo llegar dónde quiera y no puedo más que renovar mi promesa, un año más, de que así será.

Así pues, tras el pertinente bizcocho cumpleañero, tornaré a mi labores de darle lustre e ilusión a este mundo que nunca termina de derrumbarse y casi nunca acaba de levantarse.

Después de todo, no hay fuerza, gobierno o mercado que pueda parar la ilusión de un adolescente. Y menos la de millones de ellos.

PD.: No estoy tan feo

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