viernes, 4 de junio de 2010

Nombre y apellidos

Llamar a las cosas por su nombre es una de las grandes afrentas que el poder nunca nos ha consentido a los comunes mortales. Porque claro, llamar a las cosas por su nombre implica que sin ningún tipo de tapujo se diga que British Petroleum tiene de todo menos vergüenza, que el Grupo Bilderberg es un grupo de chupócteros al estilo Davos, o que los miembros de la patronal CEOE gastan de todo menos humildad, en especial cuando uno de ellos recibe una indemnización por despido de casi 2 millones de Euros.

Menudos los pobres curritos que tenemos el atrevimiento de decirle a Rajoy que es un cobarde, al rey que gasta mucho y curra poco y a los obispos que dejen de vivir del cuento y se dediquen a salvar vidas en África, como hacen las monjitas que además se están jugando la vida.

Somos unos lanzados y unos inconscientes porque tenemos la poca visión de plantarnos en la oficina del banco de toda la vida y decirle a nuestro director que si nace más cabrón le dan el título de sátrapa. Sí, somos malos, muy malos.

A los poderosos, incluidos esa manada de jilipollas que se creen poderosos, les jode que podamos escupirles a la cara y para vengarse tienen varios inventos: el euribor, la bolsa, el ipc, la deuda externa, los aranceles comerciales o la reforma laboral.

Cuando todo esto no funciona usan tanques, gases, bombas de racimo o armas nucleares, pero eso no les mola tanto, porque sencillamente, a veces, pegarnos un tiro a bocajarro para callarnos no queda bien, que se lo digan a Israel.

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