domingo, 19 de abril de 2009

Mujeres

Soledad Pelegrín, que además de insuflarme ánimos cada mañana a base de sonrisas es la Subdelegada de Particpación Social e Infraestucturas de la Facultad de Letras de la UMU (toma cacho cargo), se escapaba conmigo hace un par de semanas y teníamos una conversación de las de poso. Es decir, sin fumarnos nada estuvimos dándole al perolo para darnos cuenta de dos grandes cuestiones que habían pasado por nuestros ojos a lo largo de nuestras vidas, y no nos habíamos percatado. No al menos en toda su dimensión.

Andábamos por el Atomic (dios si existes múdame a ese barrio) y después de despellejar a nuestros ex nos paramos en lo perra que es la vida y puestos a mirar sacrificios y cargas, quiénes más habían soportado habían sido nuestras progenitoras.

Nuestras madres, todas ellas, mujeres hijas de una generación dura pero que alumbró libertad, formadas en la estricta educación de la moralidad que supieron sin que nadie las enseñara a soñar con algo mejor, tuvieron el reto histórico de no hacer de sus hijos e hijas otra generación perdida. Y se pusieron manos a la obra.

Lo hicieron casi casi de forma espontanea, sin organización sindical ni política, sin directrices y sin órdenes. Tan solo tenían en común los cambios históricos que se estaban produciendo a su alrededor y en ellas se fijo el denominador común de hacer algo mejor.

Sacrificaron por completo sus vidas y sus ilusiones personales por sacar adelante a una familia, la suya. Ampliaron el capital humano de este país, el econmómico del mercado y el social de la humanidad. Nos dieron a todos, en definitiva, un nuevo impulso sin el cual no habríamos alcanzado las cotas de bienestar de las que ahora disfrutamos.

En ningún momento quiero con esta entrada hacer apología de la maternidad, que cada cual escoja la preferencia que estime oportuna (faltaría más) pero sí creo que no está lo suficientemente reconocido el hecho de que, esa generación de mujeres que ahora anda entre los 50 y los 70 tacos, fueron las que nos sacaron las castañas del fuego a todo un país.

Como hecho histórico, tiene bastante relevancia y además similitud con otros. Hemos de fijarnos, que cada grupo social ha hecho su particular revolución, algunas más ruidosas, más sangrientas, más humillantes, más sufridas. Pero la revolución de la mujer y su proceso de empoderamiento social, económico y político ha sido basicamente silencioso. Quizás porque, como forzadas espectadoras aprendieron de los errores de las demás revoluciones.

Pero no nos engañemos, las mujeres son ahora mismo, en este preciso instante de la evolución el factor que puede perpetuar un régimen social anacrónico o destronarlo. El hombre, el varón dominante, ese blanco de mediana edad de posición bien mayormente de derechas, ha vivido siempre a expensas de mutilar las expectativas de otros grupos sociales (negros, pobres, gays, rojos, judíos, latinos...etc) pero nunca ha podido vivir sin mujeres en su casa.

"El enemigo en casa" desató una forma salvaje de represión sistémica. Lo que pasó de ser una autoridad practicada con la voz y la tradición pasó en muchos momentos de la historia a convertirse en un genocidio en masa, como el que sufren hoy las mujeres también en los países occidentales.

Es por ello que las mujeres deben ser conscientes de la responsabilidad que por derecho propio han asumido. Siempre han estado del lado de las minorías y ha sido gracias a ellas que se han logrado la equiparación de derechos para toda la ciudadanía en este país, y en otros muchos como en EEUU a finales de los 60, asi es que... ¿podrán con este último reto?

La mayoría ingente de las mujeres que han empezado a tomar las riendas de diferentes responsabilidades públicas demuestra que sí. El mundo es más humano cuando son las mujeres quienes gobiernan (aunque sea por estadística) quizás, porque ellas llevan grabado a fuego en los genes siglos de represión misógina. En esa tarea de ayudarlas a vencer el viento estaremos muchos.

Gracias Sole.

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