domingo, 8 de febrero de 2009

Carta de Freud a su hermano

Querido Emanuel:

Mi ego rebosa tristeza desde que has decidido romper contacto conmigo. Verme privado de tu compañía ha llenado mis sueños de extravagantes formas fálicas tales como penes de 300 metros de altura cuyo glande se pierde entre las nubes. Recuperar el sueño tras esas pesadillas es una tarea agotadora que sólo conquisto tras forzarme una eyaculación.

Pero basta de hablar de mí.

Sé, por Philipp, que te enfadó que pusiera a tu esposa, la bella Maria, como ejemplo de fase anal expulsiva en mi artículo sobre el interés de ciertos adultos por las heces. Diré, en mi defensa, que acompañarlo de un retrato no fue idea mía.

Me cuentan que tampoco te gustó que realizara aquella observación sobre la forma en que educas a tu hijo, mi precioso sobrino Johann. Te ruego que te liberes de las cínicas imposturas morales que nos rodean y entiendas que animarle a la práctica de la masturbación es algo que, sin duda, me agradecerá en el futuro.

Es posible que me excediera, lo admito, al gritarle “¡sublima, maldita sea!”, dado que, con cuatro años, es quizá demasiado joven para comprender que sólo me mueve una pulsión intelectual. El hecho de que, cuando tú llegaste, también yo estuviera desnudo es algo que prefiero explicarte en persona, ya que forma parte de un complejo tratamiento que estoy desarrollando y que, por celo intelectual, prefiero no poner en papel por el momento.

Espero, querido hermano, que tu enfado no te impida ver todo lo bueno que he hecho por ti. Incluso cuando te tiré por las escaleras en casa de mamá, ya que sólo pretendía generarte un shock que anulase tu patológico terror a las alturas, tal y como te expliqué cuando saliste del coma.

Confío sinceramente en que volvamos a ser una familia. Porque la vida, Emanuel, es demasiado corta para perderla negando nuestros verdaderos sentimientos.

Tu hermano que te quiere,
Sigmund Freud

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